Los argentinos, muy críticos con la política Por Joaquín Morales Solá
Eduardo Duhalde suele decir (y lo ha dicho en público) que la sociedad argentina parece caminar hacia un período en el que reclamará otra vez que se vayan todos. ¿Dramatismo? ¿Una simple especulación para que los argentinos vuelvan a mirarlo a él? La intención de Duhalde puede ser alguna de esas o cualquier otra. El dilema crítico de la política es, sin embargo, que una reciente medición nacional sobre el estado de la opinión pública le da la razón al ex presidente.
La encuesta fue hecha por una de las más prestigiosas empresas de análisis de opinión pública, reconocida por sus recientes aciertos en los pronósticos electorales. Según esa medición concluida hace pocos días, los conflictos de la política son, para la mayoría social, el tercer problema del país, después de la inseguridad y el desempleo (que volvió a encaramarse en uno de los principales lugares de la preocupación social).
La política estuvo peor en septiembre; entonces, era el segundo problema para los argentinos, sólo superado por la inseguridad pública. Es fácil suponer las razones de esa extensa frustración social de hace tres meses. Un gobierno derrotado en las elecciones nacionales estaba desplegando una furia de poder como no lo había hecho ni aun cuando ganaba elecciones. Un Congreso vencido por el furor del kirchnerismo parecía inclinarse entonces, dócil e impotente, ante los caprichos de la dinastía gobernante.
La peligrosa caída de la política se detuvo en diciembre y comenzó a remontar lentamente, aunque todavía son muy altos los índices sociales que la perciben como un problema. Esa modificación de la curva tiene también su explicación: el 3 de diciembre ocurrió la célebre reunión preparatoria de la nueva Cámara de Diputados, en la que la oposición se impuso claramente al oficialismo. La sociedad no quiere un gobierno acorralado (el 60 por ciento prefiere que la oposición acuerde con la administración), pero aquella reunión de los nuevos diputados cristalizó de alguna manera el viejo resultado electoral. La política demoró seis interminables meses en llevar a los hechos el espíritu social de junio.
Esa crítica de la sociedad a la política debe completarse con otro resultado alarmante: una enorme mayoría social (alrededor del 70 por ciento) cree que el país estará igual o peor en el futuro inmediato. Si los conflictos de la política son un problema y si lo que viene es peor que lo que está, ¿dónde hay un mínimo capital político en condiciones de reconstruir la ilusión social?
Encontrar las partículas de ese capital imperceptible es el mayor desafío actual de la política. La democracia necesita existencialmente de la política, pero es la política la que debe cimentarse como una solución y no como un problema para los argentinos, cansados de crispaciones y enfrentamientos, según se deduce de la encuesta.
La crisis de la política se nota, incluso, en la valoración de los principales líderes. El más popular de todos es el vicepresidente Julio Cobos, pero sólo convoca el 44 por ciento de imagen positiva. Cristina Kirchner llegó a tener más del 60 por ciento cuando fue candidata y cuando ya llevaba sobre sus espaldas cuatro años de gestión de su esposo. Francisco de Narváez, Gabriela Michetti y Ricardo Alfonsín lo siguen a Cobos muy cerca, con el 42 por ciento de imagen positiva.
Un problema no menor es que ni Michetti ni Alfonsín (ni Pino Solanas, contiguo a ellos) registran números cuando se hurga en la intención de votos para presidente. De Narváez sí tiene un lugar entre los primeros presidenciables, pero él debe sortear todavía su problema con la Constitución. No nació en la Argentina y el presidente debe ser argentino nativo.
El conflicto entre la ley y su ambición sólo podría ser zanjado por una relectura de la Constitución por parte de la Corte Suprema de Justicia, pero eso no ha sucedido aún ni el caso está en las oficinas del máximo tribunal de justicia.
El primer peronista hecho y derecho que aparece en la cima es Carlos Reutemann. No obstante, el senador santafecino ha deslizado en los últimos días que es probable que nunca se meta en la selva implacable de la lucha presidencial. Reutemann no tiene el cuerpo ni el alma para soportar el rigor de una campaña presidencial cargada de ambiciones y candidatos. Los otros peronistas (Duhalde, Felipe Solá o el propio Kirchner) están más abajo que arriba de las preferencias sociales.
Una noticia predecible es que dos gobernantes que venían con ambiciones presidenciales, Daniel Scioli y Mauricio Macri, han descendido en las mediciones de opinión pública. Scioli ha caído mucho más que Macri. La novedad puede ser también una contradicción con el resto de la encuesta: el principal problema de Scioli y de Macri es que sus errores son producto de una escasa experiencia política.
La reacción social ante las cosas de la dirigencia política puede descifrarse también mirando la lista de los impopulares. Guillermo Moreno es el personaje público más impopular del país, seguido de cerca por Luis D´Elía, Hugo Moyano y el propio Kirchner. El poder que gobierna está en ese cuarteto. El despótico Moreno es más importante que Amado Boudou a la hora de definir la economía. Moyano tiene tanto poder como Kirchner y D´Elía es la expresión pública y prepotente de los que mandan. ¿Se puede ignorar impunemente durante tanto tiempo a la mayoritaria opinión social?
Surgen también dirigentes con alta popularidad, pero con un enorme desconocimiento público. Es el caso del senador Ernesto Sanz, presidente del radicalismo, que es muy bien valorado por la dirigencia y por los argentinos que lo conocen, pero seis de cada diez consultados dicen no saber de él o saben muy poco. Le sucede lo mismo al gobernador de Chubut, Mario Das Neves: cinco de cada diez argentinos no lo conocen.
Los Kirchner están en la línea descendente que padecen desde la crisis con el sector rural. La curva de la caída del matrimonio comenzó claramente cuando hostilizó a los productores del campo. Los Kirchner han perforado ahora el piso del 20 por ciento de aceptación, pero el rechazo supera el 60 por ciento de la opinión social. No hay experiencia de presidentes que hayan logrado recomponerse después de haber tocado tales índices de impopularidad.
Ni siquiera la posibilidad de un 2010 mejor en actividad económica debería despertarles esperanzas. Como recordó un analista de opinión pública, Carlos Menem también tuvo buenos años económicos en 1997 y 1998, pero su contrato con la sociedad ya estaba definitivamente roto.
El período de Cristina Kirchner será recordado por dos circunstancias: el poder en manos de su marido y la regresión de la economía. Si se concretara el decreto de necesidad y urgencia que dispuso de más de 6500 millones de dólares para pagar deuda pública durante 2010, el Banco Central habrá perdido un 20 por ciento de sus reservas durante los dos años de Cristina Kirchner. La Presidenta recibió 50.000 millones de dólares, que se reducirían a 40.000 millones.
El poder que se opaca lucha por conservar su derecho a la arbitrariedad, como lo demostró la pelea a sangre y fuego por el dominio de la comisión parlamentaria sobre los decretos de necesidad y urgencia. La oposición no es un solo partido; tiene la dificultad constante de abroquelar a sus fragmentos dispersos. Nada cambiaría sin la vocación de los políticos para renovar los estilos, los programas y también las personas. Ese es el mayor clamor social que se desprende de la encuesta.
No existen, es cierto, todas las condiciones para otro alarido social buscando que se vayan todos. Pero el riesgo es demasiado alto. El principio de año, entre tales lamentos, no significa nada. La política no se define por el invariable trámite del calendario. Como escribió Borges, la mañana sólo finge un comienzo.